
Eduardo
Sobre esta obra
“Eduardo” forma parte de una exploración sobre identidad y género, donde la artista cuestiona los aspectos del nombrar y las maneras como definimos las cosas del mundo que nos rodea. Esta pieza se relaciona con el uso del pseudónimo “Eduardo Poeter” durante su estancia en Oaxaca (2008-2009), reflexionando sobre las construcciones sociales de la identidad.

La Historia de Eduardo
Eduardo partió del norte —California— rumbo al sur, a Oaxaca, movida por el trabajo y la aventura. Es artista textil y, aunque su nombre legal es otro, decidió cambiárselo allí, inspirada por un relato que su madre le repitió incontables veces. Antes de su nacimiento, el médico aseguró que sería niño por las fuertes patadas y los poderosos latidos de su corazón; por ello la esperaban con el nombre de Eduardo. Sin embargo, al nacer descubrieron que era niña y la bautizaron Irma Sofía. Entre 2008 y 2010, durante su estancia en Oaxaca, trabajó bajo el seudónimo de Eduardo Poeter, parte de una obra en proceso que no cuestiona la identidad transgénero, sino los modos en que nombramos el mundo que nos rodea.
Su labor en Oaxaca la llevó a recorrer el estado entero, con sus ocho regiones y dieciséis pueblos originarios. Entrevistó a unas cuarenta personas migrantes que habían ido a Estados Unidos y regresado a Oaxaca; sus historias las narró transformando los trajes tradicionales de cada comunidad. Mientras el traje típico suele contar la historia colectiva, en su proyecto relataba la historia individual. Trabajó con artesanas y artesanos en la creación de diez piezas que se exhibieron en el Museo Textil de Oaxaca. Al concluir la muestra comprendió que la primera migrante de aquel proyecto había sido ella misma. Su propia transformación resultó tan profunda como la de cualquier entrevistado, y por eso decidió crear una undécima pieza: la que ahora presenta.
En Oaxaca descubrió la relevancia de las plantas, la relación de cada ser humano con la tierra, con sus raíces y con el saber ancestral. También entendió el valor del trabajo comunitario —a través del tequio y la guelaguetza—, la belleza de las manos que crean y la importancia de la artesanía. Aprendió a amar a la Madre Tierra, a respetarla y a defenderla; comprendió la fuerza que surge cuando una comunidad se reúne sin jerarquías por el bien común. Halló que lo más sencillo es, a menudo, lo más bello, y que la familia —de sangre o elegida— es el pilar que sostiene e inspira. Su espíritu se exaltó y vivió un despertar que transformó su vida por completo.
Hoy reside en Tecate, Baja California, en una casa de paja y adobe que construyó junto a una reserva ecológica, a los pies del cerro Cuchumá, lugar sagrado para el pueblo kumiai. Cultiva su propio alimento en el huerto y dirige periódicamente un temazcal. Integra un colectivo de artistas de Tecate dedicado al trabajo comunitario y mantiene una búsqueda constante de saberes ancestrales para sanar y vivir de forma autogestiva y plena.